Estar abierto a aprender es una actitud (y un flotador de salvación para nuestros problemas). Y no sólo ha de provenir de la escritura, sino de todo cuanto hacemos en nuestra vida. El otro día conocí a un directivo que me dijo que lo que más le sorprendía de sus colegas estadounidenses era que cuando salían de una conferencia, una reunión o un pequeño encuentro le preguntaban: “¿Qué has aprendido?” … Qué bueno si pudiéramos hacerlo como un hábito en nuestras reuniones o en nuestras conversaciones privadas. Cualquier contacto con la realidad es un aprendizaje y es nuestra actitud la que permite tomarlo como tal o no. Y dicha actitud, además, es la que diferencia a muchas personas, más allá de la lectura de libros. Quien se atreve a cuestionarse a sí mismo, quien se pregunta el porqué de las cosas y escucha a los otros está desarrollando la actitud del aprendizaje.
En definitiva, la apertura mental nos hace libres, nos lleva al respeto hacia los demás, y nos aleja de los estereotipos, de los nacionalismos de mil colores políticos o de las creencias preestablecidas… Y no hay que culpar al sistema, a Internet o a buscar excusas. Aprender es una pasión intelectual, como diría el filósofo Polanyi, que depende exclusivamente de cada uno de nosotros.